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martes, 23 de febrero de 2010

"LLEGÓ EL FERROCARRIL Y FUIMOS A RECIBIRLO"



El silbato de un tren al atardecer
le sacude (al niño) por dentro, al igual
que a los adultos, las sensaciones de la lejanía.
ANTONIO ACEVEDO ESCOBEDO


     La vida en Aguascalientes no puede ser entendida sin aquel sonido que arrasó por muchos años el cielo y el sueño de los habitantes de esta tierra, hoy sólo es un murmullo casi imperceptible al oído urbano; perdón, quise decir humano. El silbato del ferrocarril se convirtió en lo que actualmente es el tercer tono bip que anuncia la hora exacta en las ondas radiales, su eco podía ser escuchado en gran parte, sino es que en toda la ciudad; a tal grado que, si anteriormente era necesario el canto del gallo para despertar a las familias, en su momento el silbato ferrocarrilero cumplió dicha función en nuestro estado.

Perdóneme el sacrilegio, indulgente lector, pero más que Guadalupe Posada, la Feria de San Marcos; Saturnino Herrán, Refugio Reyes, el cultivo de la uva, la industria automotriz, la del vestido, etc., el ferrocarril es el gran tema del Aguascalientes del siglo pasado, y quizá de toda su historia, por lo menos hasta ahora” (REYES: 2009)
     Tal vez una de las ocasiones en que el silbato del ferrocarril resonó con mayor fuerza, pudo haber sido hace 126 años, en la llegada a Aguascalientes del primer ferrocarril de pasajeros proveniente de la Ciudad de México efectuada un 24 de febrero de 1884.

     Es en 1881 cuando comienza a gestionarse la posibilidad de contar con vías férreas en nuestro estado y un año más tarde se realiza la compra de un terreno que serviría para lo que hoy sigue siendo la Estación del Ferrocarril Central Mexicano.

El 4 de noviembre de 1882, ante el Escribano Pub. Lic. Don Salvador E. Correa, Doña Concepción Gámez de Serrano, con autorización de su esposo Don Pascual Serrano, vendió a la Compañía del Ferrocarril Central Mexicano representada por el Ingeniero Civil Roswell F. Briggs, encargado de los trabajos de construcción de la División de León a Durango del mismo ferrocarril, un terreno ubicado en el lado norte del camino que conduce a los Baños Grandes del Ojocaliente y a unos trescientos metros de distancia de los baños primeros llamados de “Los Arquitos” para la construcción de la Estación Ferrocarrilera. La extensión de dicho terreno era de 300 metros de latitud por 600 metros de longitud” (TOPETE: 1968; 119)
     A un par de años de dicho contrato, llega a la Ciudad de Aguascalientes el primer tren de pasajeros que saliera de la capital del país; gran expectación traería en la población provinciana de aquel Aguascalientes añorado el sonido del silbato y el crujir de los durmientes del ferrocarril, quizá más de alguno pudo vaticinar el fin de la tranquilidad de aquel poblado, o tal vez la prosperidad que traería para los comerciantes de la época, la incursión de aquellos gigantes de metal que humeaban en grandes cantidades. Por su parte, las autoridades quisieron festejar dicho acontecimiento con una acción que (quizá sin pensarlo) se convertiría a la postre, en una de las grandes tradiciones de nuestra gente, ir a recibir y a despedir a los trenes. Así fue como el Ayuntamiento de Aguascalientes, decidió realizar el siguiente programa el 24 de febrero ya citado:

"1.- Se iluminarán los trayectos que recorren los ferrocarriles urbanos, de la estación a la Plaza de la Constitución.
2.- Las músicas militares de la federación y el estado se situarán en la estación y la plaza expresada.
3.- A las doce de la noche se prenderán los fuegos artificiales. Se invita a los vecinos en general para que se sirvan iluminar el frente de sus casas” (FERRONALES: 1966; 91)
     A quien esto escribe, le hubiera complacido ser partícipe de dicha celebración, sin embargo sólo tuvo la oportunidad de, como líneas arriba se menciona, ser parte de esa costumbre; llegar un domingo por la tarde a observar el andar de los trenes y pasear posteriormente en el Jardín de la Estación, no el jardín que hoy conocemos cercado y con bellas fuentes danzarinas, sino aquel que fuera construido en 1935 y que, posiblemente no haya sufrido remodelación alguna; por cierto, las bancas y floreros que aún se conservan en dicho jardín eran financiados por empresarios o familias que, en muchos de los casos hoy ya no existen, tal es el caso de la banca con la figura de El Titán, que era el logotipo de la harinera que conserva sus instalaciones (casi derruidas) a un par de calles de la estación.

     La estación del ferrocarril se construyó tal y como la conocemos actualmente (sin las remodelaciones pertinentes e impertinentes) en 1910 y fue inaugurada un año después; obra del ingeniero italiano G.M. Bosso, el cual realizó la edificación con un estilo colonial californiano pero apoyado en grandes elementos de la influencia hispánica, a dos niveles y tejado a cuatro aguas; una edificación que ha visto pasar innumerable cantidad de personas, como cuando en 1914, se vio rodeada de militares revolucionarios que arribaron de diversas partes de la republica con un solo objetivo, acudir a la Soberana Convención Revolucionaria que se celebraría en el Teatro Morelos de nuestra ciudad. Quizás ha sido uno de los momentos mayormente recordados en la historia del ferrocarril en nuestro estado, pues causó gran júbilo y temor la llegada de cientos de elementos castrenses a una ciudad tan pequeña y tranquila como lo era el Aguascalientes del siglo pasado, precisamente a 30 años de la llegada del primer ferrocarril de pasajeros.

Barullo en el andén. Tránsito y vendedores. Cabezas de viajeros y viajeras que atisban por las ventanillas. En los peldaños del pullman, señores de gorra inglesa que buscan el sabor local en el mínimo panorama desde el estribo” (FERNANDEZ: 1963; 253)
     Curioso resultaba el trajín de aquella estación ferroviaria al llegar el domingo, familias enteras paseando por el jardín, acercándose a las vías para sentir el retumbar del suelo al paso de los vagones, saludando a quienes llegaban o partían de la estación, tal vez no cuente con muchos recuerdos de aquellos tiempos, era pequeño; sin embargo, existen elementos característicos que evoco, como lo fuera el viajar en alguno de los últimos vagones que recorrieron el país, en los cuales era posible observar a vendedores con todo tipo de artefactos e incluso con comida que “Pal’ camino” decían ellos, o la fila interminable para comprar los boletos del tren, la sala de espera con sus bancas de madera pintada a la cual sólo accedían los pasajeros de primera, incluso es posible recordar la fuente del jardín que siempre contaba con agua, estancada, pero agua a final de cuentas y por qué no, las grandiosas gorditas de horno o condoches que se vendían alrededor de la estación; sin embargo, siempre preferí los tamales y gorditas de chicharrón con arroz que vendía una señora en sus cubetas de metal.

     Hoy la tradición de ir a recibir y a despedir a los trenes está olvidada, ya no es lo mismo visitar la estación del ferrocarril y encontrarse al minuto 15 de cada hora, una melodía que hace juego con las aguas danzarinas de aquella fuente, agua que ahora, no está estancada; la estación que no cuenta ya con filas para comprar boletos para el siguiente abordaje, ni estancias llenas con pasajeros de primera clase, hoy la estación se encuentra sí muy bella y remodelada pero abandonada por aquellos que la hicieron grande, los ferrocarrileros y los aguascalentenses. Por qué no ir a la estación del ferrocarril este 24 de febrero, a recordar la llegada de aquel primer tren de pasajeros, por qué no detenernos a escuchar el silbato del tren y por qué no, recordar aquel Aguascalientes del que muchos de nosotros fuimos parte, para así, dar forma y sentido a nuestra historia, a nuestro pasado y lo que viene.

¡Cómo cantan los silbatos! ¡Ay, cómo vibra el acero! Cuando las calderas gimen de la lumbre en el tormento, cuando las frentes destilan en vez de sudor, luceros, o cuando las chimeneas dejan escapar su aliento en bocanadas de noche que empañan el limpio cielo, entonces, en la Estación, se pone el aire moreno y el agua en Ojocaliente brota tibia del venero, como si desde las fraguas le diera calor el fuego” (REYES: 1963; 421)
     No he vuelto a probar una gordita de chicharrón y arroz como las que mi madre nos compraba con la señora del delantal a cuadros y cubetas de metal en las manos, aquella vendedora que siempre se colocaba en la esquina de El Gato Negro, una vieja tienda de abarrotes, hoy convertida en funeraria, tal y como las construcciones que frente a ella se encuentran y en las que un día estuvieron La Estación y los Talleres de Reparación del Ferrocarril Central Mexicano.



FUENTES


ACEVEDO Escobedo, Antonio. Los días de Aguascalientes. Porrúa, México. 1952. 4ª Ed. 1993.

ENGEL, José Luis. Diccionario General de Aguascalientes. Gobierno del Estado de Aguascalientes. Instituto Cultural de Aguascalientes, México. 1997.

________________. Efemérides de Aguascalientes Históricas y Culturales. Editorial Filo de Agua. México, 2000.

FERNANDEZ Ledesma, Enrique. Aguascalientes, la ciudad de las flores, de los frutos y de las aguas. En ACEVEDO Escobedo, Antonio. Letras sobre Aguascalientes. Instituto Cultural de Aguascalientes, México. 1963.

FERRONALES, Órgano del personal de los FFNN. de Mex. Núm. 3, Tomo XLVI, Marzo de 1966.

GUERRA Navarro, Enrique Luis. Ferrocarriles en Aguascalientes. En BOLETÍN del Archivo General Municipal. Núm. 22. Octubre – Diciembre 2009.

MEDRANO De Luna, Gabriel. La morena y sus chorriados. Los ferrocarriles de Aguascalientes. Universidad Autónoma de Aguascalientes. México. 2006.

REYES Ruíz, J. Jesús. Romance de los cuatro barrios. En ACEVEDO Escobedo, Antonio. Letras sobre Aguascalientes. Instituto Cultural de Aguascalientes, México. 1963.

REYES Sahagún, Carlos. Diario de la Convención. Gobierno del Estado de Aguascalientes, Instituto Cultural de Aguascalientes. México, 2004.

______________________. Aguascalientes sin los ferrocarriles dejaría de ser Aguascalientes. En http://crisolplural.com/2009/07/20/aguascalientes-sin-los-ferrocarriles-dejaria-de-ser-aguascalientes/ (En línea)

TOPETE Del Valle, Alejandro. Aguascalientes, guía para visitar la ciudad y el estado. México, 1968.

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